Qué difícil y qué doloroso...
La semana ha sido una constante de emociones, miles de recuerdos han aparecido, las sonrisas y las lágrimas se turnan para ir saliendo.
Hace 8 días despedíamos a un SEÑOR, lo pongo con mayúsculas porque no era cualquiet hombre, se trataba de mi abuelo Esteban quien, sin razón aparente más alla de su avanzada edad, dejó de existir en este mundo terreno y se adelantó, seguramente a abrazar y llenar de besos a su Mariquita hermosa... y también a prepararnos un lugarcito en el cielo, esperamos tener la dicha de alcanzarlos algún día
Parecía estar dormido, acostado en su cama y con el semblante sereno, parecía que en cualquier momento podría abrir los ojos y saludar a 'sus viejas' que, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón apachurrado, rodeaban su cama y le pedían a Dios que lo tuviera ahí, a un ladito suyo, en compañía de sus amigos y, por supuesto, de su amor eterno. Pero ya no despertó, el que velábamos y llorábamos en ese momento ya no era él, la calidez abandonó su cuerpo, la rigidez en la piel se hizo presente y los besos ya no tenían respuesta. Se había ido, se había ido mi abuelito, ya no había chistes ni sonrisas, tampoco canciones ni historias, mucho menos abrazos apretados.
Pude besar su frente, lo abracé y deseé que solo se tratara de un mal sueño, pero no.
Dolía tanto el alma, pero no dejaba de pensar en mi mamá, vivía mi dolor y me preocupaba el de ella. Creo que, nuevamente, el acuerdo tácito entre mis hermanas y yo era cuidarla y estar a su lado, apoyarla para que la fuerza no la abandonara y, si lo hacía, ser soporte y no dejarla caer... pero ella es muchísimo más fuerte y valiente de lo que todos creen (mos), nos dio un gran ejemplo de fe, resignación y amor, mi viejita hermosa.
Ahora estamos en ese proceso complicado de asimilación, superación de la pérdida y así. Según la tradición católica, familiares y amigos nos reunimos durante 9 días para orar por el alma de mi abuelito. Rezamos, cantamos y la noche termina convirtiéndose en una breve cena/convivencia en la que hay risas y anécdotas. Creo que eso ha hecho que el dolor sea menos. Nos reunimos todos alrededor de las cenizas de los abuelos, el olor a cera derretida y flores inundan la sala de esa casa llena de recuerdos y cosas bonitas.
Me preocupa y me entristece lo que habrá de pasar después, cuando las reuniones se termines, cuando cada uno se vaya a casa y tenga que lidiar con su dolor, con sus ganas de verlo y abrazarlo. Justo ayer me pareció escuchar su voz.
Hace varios años, cuando los dos aún vivían (Mariquita y Esteban) decidieron que su casa, esa que mi abuelo construyó con sus propias manos y en la que se criaron sus hijos, de la que los nietos también disfrutamos enormemente, sería donada al seminario de Querétaro. Mi mamá y mis tíos calculan que un mes será suficiente para desocuparla completamente y así poder cumplir con el deseo de mis viejitos. Será también un golpe duro, mientras tanto, trato de disfrutar ese espacio que ha sido testigo de tanto... sé que serán pocas las veces que aún pueda estar ahí. Argh.
Por lo pronto estamos en pausa, los rosarios terminan el miércoles y, al día siguiente, llevaremos las cenizas al seminario, donde también ellos decidieron que descansaran sus restos. Después, bueno, después habrá que aprender a estar sin ellos aquí.
Te amo, abuelito...
Soy la chida de la historia.