... y lo soy, vaya. Aunque ustedes no lo crean, mis queridos dos que tres lectores, la chida de la historia es feliz, a pesar de los pesares, de los continuos dramas, de las cachetadas guajoloteras que me aplica la vida; ¡soy feliz!
... y quiero seguir siéndolo, solo que se requiere de mucha disposición para ello. A ratos me pregunto por qué me cuesta tantísimo trabajo, por qué siempre busco el lado feo de las cosas y me niego la posibilidad de mantener intacta esta sonrisa que surge de entre mi cachetotes pecosos... ¿por qué?
... por pendeja, dirían algunos... pero es que esas cosas no se planean y el auto boicot cada vez me sale mejor. No sé ustedes, pero la chida de la historia es capaz, con menos de un vaso de agua, de armar sendos tormentones que, al final del día, a la única que afectan es a ella misma. Carajo, ¿de cuándo a acá hablo de mí en tercera persona?. No sé, la chida es a veces re payasa.
Dicen que la actitud importa, y sí... pero a momentos me siento tonta, como si tratara de engañarme a mí misma, como si aún con el corazón apachurrado gritara mi felicidad y esta encendiera sus luces mágicamente. Así no se puede, pos oigan.
No sé si últimamente me he vuelto más sensible, acaso más exigente o simplemente más mamona... pero dentro de esas ganas de seguir siendo feliz, también están las ganas de ser (y dar) más... siempre más. Lo malo es que también me gustaría obtener eso de las personas que me rodean, recibir más cada vez y juntos ir hacia adelante... pero no funciona así. Dah!.
Siempre hay cosas nuevas, opciones distintas y oportunidades para todos, no soy yo la excepción, así que aprovecharé lo que me corresponde y trataré, aunque sea en un esfuerzo maricón, por demostrar siempre cuán feliz puedo llegar a ser, siempre y cuando sea cierto.
Soy la chida de la historia.