Se los he dicho en otras ocasiones... ser chida no es ser invencible, inamovible o, incluso, insensible... sino todo lo contrario. Ser chida es saberse vulnerable, amar hasta el dolor y sobrevivir a los encontronazos con la vida, creo que ya soy una experta. A huevo.
Ser chida es estar preparada para todo y, llegado el momento, revolcarse como gusano en comal porque todo es tan difícil, porque toca vivir cosas muy fuertes y porque, pase lo que pase, la obligación es salir victoriosa de la bronca. Soy honoris causa en eso de las revolcadas, los pataleos y las lágrimas por impotencia en calidad de mientras.
Ser chida es estar muerta por dentro, pero de pie como tamalera en las mañana de invierno. Cuando el dolor, no solo físico, carcome y hace que el primer deseo sea el de morir, encerrarse en una burbuja o mínimo que te trague la tierra y te escupa en un lugar lejano (pero bonito)...
Ser chida es tener miedo, morderse la uñas y sufrir porque se acercan momentos difíciles... pero, aún así, no rajarse... no dar un solo paso atrás.
Ser chida es saber pedir y aceptar la ayuda... estar conciente de no ser Sansón y, de la mano de aquellos que nos aman, hacerle frente a todo lo que se nos cruce, incluso si se trata de algo MUY cabrón. (Gracias a quienes no me sueltan y van conmigo a agarrarse a madrazos con los molinos gigantes).
Ahora mismo estoy siendo tan, pero tan chida... que muero de miedo por lo que viene. Tengo mucho miedo de enfrentar el dolor físico y emocional... y, sin embargo, me siento también muy arropada por los míos... Sé, simplemente lo sé, que no voy sola... que hay muchas personas con las que puedo contar: mi familia, mi esposo y mis amigos... así que, a seguir siendo la chida de la historia porque no queda de otra ;)
Soy la chida de la historia.
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