viernes, agosto 30, 2019

No tengo perdón de Diosito bimbo.

Agosto de 2019 y esta es apenas la segunda entrada del año, ya sé, no tengo vergüenza ni perdón de Diosito pero, en mi defensa, nahh, no tengo forma de defender mi apatía, mi huevonez y mi valemadrismo. En fin, trato de sobrevivir, no me juzguen.

Hoy no vengo a hacer un recuento de mis penas y tristezas, ese lo haré otro día de estos. Hoy vengo a publicar una historia que escribí hace 7 años, con ese texto participé en un concurso de cuentos, que por cierto gané, y jamás lo había publicado en mi blog. Volví a leerlo después de todo este tiempo y me pareció importante rescatarlo del baúl de los recuerdos. Sin más preámbulo y aprovechando para saludar a mis dos que tres lectores, aquí les dejo un cuento que no es cuento.

El hombre más bueno del mundo.


En algún lugar del mundo existe un hombre de sonrisa franca y suave voz, alguien a quien las peores tormentas no han logrado derribar, alguien que siempre se preocupará antes por los suyos y quienes le rodean que por él mismo.

De su familia original no se conoce mucho, su historia ha trascendido más allá. Desde pequeño tuvo que enfrentar diferentes obstáculos que van desde la pobreza extrema hasta el abuso y humillación de quienes sí contaban con los recursos para mandar y hacerse obedecer a fuerza de maltrato e injusticia. No se sabe si la bondad que lo caracteriza fue resultado de alguno de esos sucesos que, en definitiva, marcaron su vida y la de quienes ahora le quieren y admiran, mi teoría es que ese nivel de bondad y generosidad los trae ‘alguien’ desde su concepción, quizá uno entre millones.

Hombre sencillo, de nombre José, conoció al amor de su vida cuando aún era adolescente pero, a pesar de que todo pareciera dispuesto para ellos, el destino tenía preparadas algunas sorpresas que le harían probar si en realidad se trataba de amor.

José conoció a Mercedes y se enamoró perdidamente de ella quien, por su parte, correspondía de manera absoluta al sentimiento que producía electricidad en ambos con tan solo cruzar la mirada. Vivían en un pueblo pequeño, de esos en los que todos se enteran de todo y que, no por casualidad, José era el mejor partido, ese por el que muchas jovencitas suspiraban ilusionadas sin saber que, el corazón del muchacho, ya tenía dueña.

La prima de Mercedes, Silvia, apenas un par de años mayor,  era una de las chicas que a diario soñaban con que José dirigiera su mirada hacia ella. Silvia sufría una enfermedad cardiaca incurable, al menos en tanto a los limitados conocimientos del médico del pueblo y, José, al saber la condición física además de los sentimientos que la misma chica le hizo saber, no dudó ni un momento en casarse con ella a petición de la familia, incluida Mercedes.

La boda se llevó a cabo unas semanas después, José se esforzó por brindarle a su mujer toda la felicidad que le fuera posible aunque, ella, con el simple hecho de estar a su lado ya era completamente feliz. Todos en el pueblo sabían que la vida de Silvia pendía de un hilo, todos menos ella que vivía sumergida en una burbuja de fantasía que le construyeran las personas que la amaban.

No se sabe si Dios, la vida o el destino mismo permitió que la vida de la chica se extendiera hasta quedar embarazada de José mientras, Mercedes, observaba de lejos y de manera resignada el sacrificio de su amado haciéndola admirarlo cada vez más. Ambos respetaron la situación de cada uno, respectivamente, jamás hubo un coqueteo o cualquier intento de acercamiento. Era un amor que trascendía los límites de lo social y moralmente aceptable.

Pasaron los meses y el bebé crecía sano en el vientre de su madre que, contrastantemente, se iba apagando conforme pasaban las semanas. La advertencia del médico fue tajante, ella moriría pues su corazón no sería capaz de soportar el esfuerzo de un parto. La noche en que todo estaba listo para que Silvia diera a luz, ella pidió hablar con José, quería despedirse. Ya, a solas los dos y con lágrimas en los ojos, Silvia le dijo a José cuánto lo amaba y le pidió cuidar mucho a su hijo… le dijo que ella sabía lo que sentía por su prima Mercedes, que lo había sabido siempre y que la perdonara por no haber sabido alejarse cuando pudo y debió hacerlo. Le confesó también que ella sabía de su enfermedad, sabía que sería poco el tiempo que permanecería a su lado y lo que le costaría el nacimiento de este bebé.

 - Te pido, José, que te cases con Mercedes… esta tarde hablé con ella y accedió a hacerse cargo del niño, ¡contigo!...

Entre sollozos se despidieron y, Silvia con sus últimas fuerzas, dio a luz un sano y hermoso niño. José y Mercedes se casaron al poco tiempo, el niño creció sano y feliz junto con los 9 hermanos que tendría más adelante. La vida no podía haber sido más justa con esta familia que tenía por líder a un hombre bueno, el hombre más bueno del mundo.

José vivió trabajando de sol a sol para brindar lo mejor a su gran, de manera literal, familia. Mercedes hacía lo propio en el hogar. Sus hijos se desarrollaron en un ambiente de armonía, valores y sonrisas. Al ser mayores hicieron cada uno su vida, formaron familias de manera respectiva y la vejez llegó a los padres.

José vivió el cambio de siglo, le ha hecho frente de manera valiente, con sabiduría y coraje, podríamos decir que sin importar que en el camino haya perdido a la que fuera su gran amor, pero no… José vive alegre y sonriente en espera de que llegue el día en el que por fin se encuentre con su amada y puedan continuar siendo felices de manera eterna.

No se sabe con exactitud cuántos nietos, bisnietos, quizá tataranietos tiene ya José, lo que sí se sabe es que goza de fuerza y salud que muchos adultos jóvenes envidiarían. Este año fue nominado y ganador del concurso ‘El abuelo de oro’. El día de la premiación se levantó temprano, se aseó y vistió uno de sus trajes grises; se puso su sombrero y tomó su bastón dorado. ¡Guapo!, le decían su hijas y nietas, el resto de la familia gritaba y sonreía mientras le ponían la banda que mostraba el ‘título’ en gruesas letras doradas. Él solo sonreía bonachonamente.

Hoy José luce un poco encorvado, sus pasos son lentos y a ratos trastabillados, ha perdido por completo el funcionamiento de su ojo derecho y oído izquierdo pero, la sonrisa, esa que ha hecho llorar de felicidad a los que recurren a él en busca de consuelo y reír a quienes han compartido con él momentos de alegría…esa sonrisa se mantiene intacta a pesar de los años. La paz que transmite su mirada y la armonía de sus palabras tampoco desaparecen.

Ustedes podrán pensar que no existe el hombre más bueno del mundo, que utilicé esta historia para participar en un concurso de cuentos pero no, se equivocan, el hombre más bueno del mundo sí existe y es mi abuelo… Esto no es un cuento.

 Lau García
Soy la Chida de la historia.


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